Bienvenidxs amigxs, este es un espacio que inauguro mientras escucho Samba (me ha mantenido despierta y concentrada en esta tarde de trabajo). Por fin me animo a escribir un poco de cuestiones más personales, pero no quito el dedo del renglón de la temática de este blog. Justamente este espacio está intencionado para ser un lugar de participación, discusión y generación de conocimiento conjunto. Pensé que sería una buena práctica dedicar un blog a algo que últimamente ocupa la mayoría de mis pensamientos y que además me ha planteado un sin fin de interrogantes y dilemas: el trabajo de campo y a mayor escala, el trabajo de investigación.
Quisiera compartir mi experiencia al respecto con ustedes (como investigadora primeriza y como persona), no sólo para muy convenientemente darle otra vuelta a mis reflexiones, sino para aprovechar estas anécdotas, ideas y aprendizajes y hacer del trabajo de campo, como del conjunto de la investigación, una práctica cada vez más significativa, no sólo socialmente, sino personalmente. Algo nos pasa cuando investigamos, o al menos, pienso que algo nos debería pasar... ¿Cerrar el trabajo de campo es como un cierre de capítulo? Yo en realidad lo pienso como el primer tomo de una enciclopedia virtual con miles de vertientes e hipervínculos...un sin fin de caminos y posibilidades.
Para mí, el trabajo de campo, y la investigación en general, ha sido como tirar un estambre infinito en una cancha de voleyball, de un poste a otro durante meses y hacer una telaraña gigante que después habrá que desmarañar. Pero primero hay que tomar la decisión de cortar el estambre infinito y al desmarañar registrar cada paso, recordándolos, sin perder de vista su totalidad, cada vuelta, cada nudo hecho y deshecho, ovillar el estambre, tomar las agujas y tejer una cobija que nunca termina (como la de Tita en "Como Agua para Chocolate").
El trabajo de campo, especialmente, avivó una flama que, cuando inicié, apenas se encendía en mi interior, una flama que en momentos se desvanecía y que a veces amanecía indómita e incontrolable, hasta que aprendí a manejarla o más bien, aprendí a conocerla, reconocerla, a darle sus tiempos y sus espacios. Comprendí que ser investigadora no se trata de ponerse y quitarse un sombrero (o unos espejuelos xD), ser investigadora es ser persona, ser persona es ser humana y aprendí a conocerme, a reconocer que antes que nada soy eso: un ser humano. Un ser humano que busca conocer y aprender de y con otros seres humanos. Una persona que no deja de ser hija, hermana, compañera, amiga, estudiante, empleada, bailarina, tía, prima, nieta y sobrina y no lo dejará de ser, no importa qué traje se ponga ese día. Los lentes de los espejuelos son varios, pero están integrados.
Con esta primera entrada les doy la bienvenida, espero sus comentarios no sólo para el blog, sino para la página (que trataré de ir actualizando). Y me propongo solemnemente reglarles una entrada cada semana. Espero tengan un(a) magnífico (a) día, tarde y noche.
Quisiera compartir mi experiencia al respecto con ustedes (como investigadora primeriza y como persona), no sólo para muy convenientemente darle otra vuelta a mis reflexiones, sino para aprovechar estas anécdotas, ideas y aprendizajes y hacer del trabajo de campo, como del conjunto de la investigación, una práctica cada vez más significativa, no sólo socialmente, sino personalmente. Algo nos pasa cuando investigamos, o al menos, pienso que algo nos debería pasar... ¿Cerrar el trabajo de campo es como un cierre de capítulo? Yo en realidad lo pienso como el primer tomo de una enciclopedia virtual con miles de vertientes e hipervínculos...un sin fin de caminos y posibilidades.
Para mí, el trabajo de campo, y la investigación en general, ha sido como tirar un estambre infinito en una cancha de voleyball, de un poste a otro durante meses y hacer una telaraña gigante que después habrá que desmarañar. Pero primero hay que tomar la decisión de cortar el estambre infinito y al desmarañar registrar cada paso, recordándolos, sin perder de vista su totalidad, cada vuelta, cada nudo hecho y deshecho, ovillar el estambre, tomar las agujas y tejer una cobija que nunca termina (como la de Tita en "Como Agua para Chocolate").
El trabajo de campo, especialmente, avivó una flama que, cuando inicié, apenas se encendía en mi interior, una flama que en momentos se desvanecía y que a veces amanecía indómita e incontrolable, hasta que aprendí a manejarla o más bien, aprendí a conocerla, reconocerla, a darle sus tiempos y sus espacios. Comprendí que ser investigadora no se trata de ponerse y quitarse un sombrero (o unos espejuelos xD), ser investigadora es ser persona, ser persona es ser humana y aprendí a conocerme, a reconocer que antes que nada soy eso: un ser humano. Un ser humano que busca conocer y aprender de y con otros seres humanos. Una persona que no deja de ser hija, hermana, compañera, amiga, estudiante, empleada, bailarina, tía, prima, nieta y sobrina y no lo dejará de ser, no importa qué traje se ponga ese día. Los lentes de los espejuelos son varios, pero están integrados.
Con esta primera entrada les doy la bienvenida, espero sus comentarios no sólo para el blog, sino para la página (que trataré de ir actualizando). Y me propongo solemnemente reglarles una entrada cada semana. Espero tengan un(a) magnífico (a) día, tarde y noche.